Discurso en la Universidad de Columbia: “El estado del planeta”
Las cifras del metano son incluso más altas y se han disparado hasta el 260 %.
Presidente Bollinger,
Estimadas amigas y amigos:
Quiero expresar mi agradecimiento a la Universidad de Columbia por acoger esta reunión, y quiero también dar la bienvenida a los asistentes en línea en todo el mundo.
Este encuentro se celebra en un formato poco usual cuando arranca el último mes de este año tan poco usual.
Nos enfrentamos a una pandemia devastadora, a niveles nunca antes vistos de calentamiento global, a nuevas cotas de degradación ecológica y a nuevos reveses en nuestra labor en pos de los objetivos mundiales de un desarrollo más equitativo, inclusivo y sostenible.
Para no andarnos con rodeos: el planeta está roto.
Estimadas amigas y amigos:
La humanidad está librando una guerra contra la naturaleza.
Esa es una actitud suicida.
La naturaleza siempre se toma su revancha, y ya ha empezado a hacerlo, con una violencia y una saña cada vez mayores.
La diversidad biológica se está desmoronando. Hay un millón de especies en peligro de extinción.
Los ecosistemas desaparecen a ojos vistas.
La desertificación avanza.
Se están perdiendo los humedales.
Con cada año que pasa perdemos diez millones de hectáreas de bosques.
Hay una sobreexplotación de los océanos, que se ahogan en residuos plásticos. El dióxido de carbono que absorben está acidificando los mares.
El blanqueamiento de los corales avanza, los arrecifes están muriendo.
La contaminación del aire y del agua mata a nueve millones de personas al año, más de seis veces el número actual de víctimas de la pandemia.
Y a medida que el ser humano y el ganado invaden más y más los hábitats animales y alteran los espacios silvestres, es probable que veamos más virus y otros patógenos saltar de los animales a los humanos.
No olvidemos que el 75 % de las enfermedades nuevas y emergentes infecciosas para los humanos son zoonóticas.
Hoy, dos nuevos y fidedignos informes de la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente explican lo cerca que estamos de una catástrofe climática.
2020 tiene visos de ser uno de los tres años más cálidos que se hayan registrado nunca a nivel mundial, incluso con el efecto de enfriamiento de La Niña de este año.
El último decenio fue el más cálido de la historia de la humanidad.
La temperatura de los océanos ha alcanzado máximos históricos.
Este año, más del 80 % de los océanos mundiales experimentaron una ola de calor marina.
2020 ha sido un año excepcionalmente cálido en el Ártico, con temperaturas más de 3 ºC por encima de la media, y en el norte de Siberia, las temperaturas aumentaron en más de 5 ºC.
Los niveles de hielo marino del Ártico en octubre fueron los más bajos de los que se tiene constancia, y la formación de hielo está siendo ahora la más lenta de la historia.
El hielo de Groenlandia ha continuado su declive a largo plazo, con pérdidas medias de 278 gigatoneladas al año.
El permafrost se está derritiendo, y al desaparecer libera metano, un potente gas de efecto invernadero.
Los incendios e inundaciones apocalípticas, los ciclones y los huracanes constituyen cada vez más la nueva normalidad.
En el Atlántico Norte, la temporada de huracanes ha traído consigo 30 tormentas, cifra que duplica con creces el promedio a largo plazo y supone un récord para una temporada completa.
América Central todavía intenta reponerse de dos huracanes consecutivos, parte del período más intenso de tormentas de ese tipo en los últimos años.
El año pasado, los desastres de ese calibre le costaron al mundo 150.000 millones de dólares.
Los confinamientos en respuesta a la pandemia de COVID-19 han reducido temporalmente las emisiones y la contaminación.
Los niveles de dióxido de carbono, sin embargo, no solo se mantienen en niveles máximos sino que van en aumento.
En 2019, los niveles de dióxido de carbono alcanzaron el 148 % de los niveles preindustriales.
En 2020, la tendencia al alza ha continuado a pesar de la pandemia.
Las cifras del metano son incluso más altas y se han disparado hasta el 260 %.
El óxido nitroso, un poderoso gas de efecto invernadero que también daña la capa de ozono, ha aumentado en un 123 %.
Mientras tanto, las políticas climáticas siguen sin estar a la altura de este desafío.
Las emisiones son en la actualidad un 62 % más altas que cuando comenzaron las negociaciones internacionales sobre el clima en 1990.
Cada décima de grado de calentamiento importa.
A día de hoy sumamos ya 1,2 ºC de calentamiento y presenciamos cambios climáticos extremos sin precedentes y volatilidad en todos los continentes y regiones.
En este siglo estamos abocados a un tremendo aumento de la temperatura de entre 3 ºC y 5 ºC.
La ciencia no deja lugar a dudas: para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 ºC por encima de los niveles preindustriales, el mundo necesita reducir la producción de combustibles fósiles en aproximadamente un 6 % cada año de aquí a 2030.
En lugar de ello, el mundo avanza en dirección opuesta, con un aumento anual previsto del 2 %.
Las consecuencias de la agresión a nuestro planeta están obstaculizando nuestros esfuerzos por eliminar la pobreza y ponen en peligro la seguridad alimentaria.
Y también está dificultando aún más nuestro trabajo en favor de la paz, ya que las perturbaciones provocan inestabilidad, desplazamientos y conflictos.
No es casualidad que el 70 % de los países más vulnerables al clima se encuentren también entre los más frágiles política y económicamente.
No es casual que, de los 15 países más expuestos a los riesgos climáticos, 8 alberguen una misión de mantenimiento de la paz o una misión política especial de las Naciones Unidas.
Como siempre, las repercusiones son más graves para las personas más vulnerables del planeta.
Los que menos han hecho para causar el problema son los que más lo sufren.
Incluso en el mundo desarrollado, los marginados son las primeras víctimas de los desastres y los últimos en recuperarse de ellos.
Estimadas amigas y amigos:
Seamos claros: las actividades humanas son el origen del caos en el que estamos sumidos.
Eso significa, sin embargo, que la acción humana puede ayudar a resolverlo.
Hacer las paces con la naturaleza es la tarea que definirá el siglo XXI. Esa debe ser la máxima prioridad para todos nosotros, dondequiera que estemos.
En este contexto, la recuperación de la pandemia abre una oportunidad.
La esperanza asoma ya en el horizonte en forma de vacuna.
Pero no hay vacuna para el planeta.
La naturaleza necesita un rescate.
Al tiempo que superamos la pandemia, también podemos evitar el cataclismo climático y restaurar nuestro planeta.
Esta es una prueba de tintes épicos para nuestra capacidad normativa. En última instancia, sin embargo, se trata de una prueba moral.
Los billones de dólares necesarios para recuperarnos de la COVID-19 son un dinero que estamos tomando prestado de las generaciones futuras. Todo, hasta el último centavo.
No podemos utilizar esos recursos para afianzar políticas que las sepulten bajo una montaña de deuda en un planeta roto.
Es hora de pulsar el “interruptor verde”. Tenemos la oportunidad no solo de reiniciar la economía mundial, sino de transformarla.
Una economía sostenible impulsada por las energías renovables creará nuevos puestos de trabajo, infraestructuras más limpias y un futuro resiliente.
Un mundo inclusivo contribuirá a garantizar que las personas puedan disfrutar de una mejor salud y del pleno respeto de sus derechos humanos y vivir con dignidad en un planeta sano.
La recuperación de la pandemia de COVID-19 y la reparación de nuestro planeta pueden ser dos caras de la misma moneda.
Estimadas amigas y amigos:
Permítanme que empiece hablando de la emergencia climática. Al abordar la crisis climática debemos afrontar tres imperativos:
En primer lugar, tenemos que lograr la neutralidad en carbono mundial en las próximas tres décadas.
En segundo lugar, tenemos que armonizar las finanzas mundiales con el Acuerdo de París, el plan mundial de medidas relacionadas con el clima.
En tercer lugar, es preciso que demos un gran paso adelante en la adaptación, a fin de proteger al mundo, y especialmente a las personas y los países más vulnerables, frente a los efectos climáticos.
Me gustaría abordar estos puntos uno por uno.
En primer lugar, la neutralidad en carbono y las emisiones netas de valor cero.
En estas últimas semanas hemos presenciado importantes acontecimientos positivos.
La Unión Europea se ha comprometido a convertirse en el primer continente que no incide en el clima para 2050, y espero que decida reducir sus emisiones al menos un 55 % por debajo de los niveles de 1990 para 2030.
El Reino Unido, el Japón, la República de Corea y más de 110 países se han comprometido a lograr la neutralidad en emisiones de carbono para 2050.
El Gobierno entrante de los Estados Unidos ha anunciado el mismo objetivo.
China se ha comprometido a alcanzarlo antes de 2060.
Esto significa que, para principios del próximo año, los países que, en conjunto, representan más del 65 % de las emisiones mundiales de dióxido de carbono y más del 70 % de la economía mundial habrán contraído ambiciosos compromisos sobre su neutralidad en emisiones de carbono.
Debemos convertir este impulso en un movimiento.
El objetivo central de las Naciones Unidas para 2021 es construir una verdadera Coalición Mundial para la Neutralidad en Emisiones de Carbono.
Creo firmemente que 2021 puede ser un año distinto: el año en que dimos el gran salto hacia la neutralidad en carbono.
Cada país, cada ciudad, cada institución financiera y cada empresa deben adoptar planes para la transición a emisiones netas de valor cero para el año 2050, y aliento a los principales generadores de emisiones a que den un paso al frente y tomen medidas decisivas ahora para emprender el camino hacia el logro de esta visión, lo que significa reducir las emisiones mundiales en un 45 % para el año 2030 respecto de los niveles de 2010. Y esto debe estar claro en las contribuciones determinadas a nivel nacional.
Todos, individualmente, debemos poner de nuestra parte: como consumidores, como productores, como inversores.
La tecnología juega a nuestro favor.
El análisis económico sólido es nuestro aliado.
Más de la mitad de las centrales de carbón actualmente en funcionamiento cuestan más que la construcción de nuevas centrales de energías renovables.
El negocio del carbón se está esfumando.
La Organización Internacional del Trabajo estima que, pese a las inevitables pérdidas de puestos de trabajo, la transición a la energía limpia redundará en la creación neta de 18 millones de puestos de trabajo para 2030.
Pero es absolutamente necesario que esa transición sea justa.
Debemos reconocer los costos humanos del cambio energético.
La protección social, los ingresos básicos temporales, la reconversión profesional y la mejora de la capacitación pueden apoyar a los trabajadores y facilitar los cambios que traerá consigo la descarbonización.
Estimadas amigas y amigos:
La energía renovable es ahora mismo la opción preferente, no solo para el medio ambiente, sino también para la economía.
Sin embargo, se atisban señales preocupantes.
Algunos países han aprovechado la crisis para dar marcha atrás en la protección del medio ambiente.
Otros están expandiendo la explotación de los recursos naturales y renunciando a las ambiciones climáticas.
Los miembros del Grupo de los 20, en sus paquetes de rescate, están ahora gastando un 50 % más en sectores vinculados a la producción y el consumo de combustibles fósiles que en energías con bajas emisiones de carbono.
Y más allá de proclamas, la credibilidad de todos debe ponerse a prueba.
Sirva como ejemplo el caso del transporte marítimo.
Si el sector del transporte marítimo fuera un país, sería el sexto mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo.
En la Cumbre sobre la Acción Climática del año pasado, lanzamos la coalición “Getting to Zero Shipping” para impulsar la eliminación de las emisiones de los buques de alta mar para 2030.
Sin embargo, las políticas actuales no están en consonancia con esas promesas.
Necesitamos ver medidas reglamentarias y fiscales aplicables que permitan a la industria naviera cumplir sus compromisos.
De lo contrario, perderemos la oportunidad de reducir las emisiones a cero.
La situación es la misma en el caso de la aviación.
Estimadas amigas y amigos:
Los signatarios del Acuerdo de París están obligados a presentar sus contribuciones determinadas a nivel nacional revisadas y mejoradas junto con sus objetivos de reducción de emisiones para 2030.
Dentro de diez días, junto con Francia y el Reino Unido, convocaré una Cumbre sobre la Ambición Climática para conmemorar el quinto aniversario del Acuerdo de París.
Dentro de menos de un año nos reuniremos en Glasgow con ocasión de la 26ª Conferencia de las Partes.
Esos encuentros ofrecen a las naciones oportunidades que no podemos perder para detallar la forma en que piensan avanzar de forma mejor y más constructiva, reconociendo las responsabilidades comunes pero diferenciadas a la luz de las circunstancias nacionales, como se dijo en el Acuerdo de Paris, con el objetivo común de alcanzar la neutralidad en carbono mundial para 2050
En segundo lugar, abordaré la cuestión de la financiación.
Las promesas de hacer que las emisiones netas sean de valor cero están enviando una clara señal a los inversionistas, los mercados y los ministros de finanzas.
No obstante, hemos de avanzar aún más.
Necesitamos que todos los gobiernos traduzcan esas promesas en políticas, planes y metas con plazos específicos. Ello brindará certeza y confianza a las empresas y al sector financiero para que inviertan en favor de ese objetivo.
Ya es hora:
De poner un precio al carbono.
De ir dejando de financiar la industria de los combustibles fósiles y poner fin a los subsidios que se le otorgan.
De dejar de construir nuevas centrales de energía eléctrica a base de carbón y de financiar esa energía en el país y en el extranjero.
De trasladar la carga fiscal de los ingresos al carbono, y de los contribuyentes a los contaminadores.
De integrar el objetivo de la neutralidad en carbono en todas las políticas y decisiones económicas y fiscales.
Y de hacer obligatoria la divulgación de los riesgos financieros relacionados con el clima.
Los recursos financieros deberían destinarse a la economía verde, la resistencia, la adaptación y los programas de transición justa.
Hemos de alinear todos los flujos financieros públicos y privados con el Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Las instituciones de desarrollo multilaterales, regionales y nacionales y los bancos privados deben comprometerse a alinear sus préstamos con el objetivo global de emisiones netas cero.
Exhorto a todos los propietarios y administradores de activos a que descarbonicen sus carteras y se sumen a las principales iniciativas y asociaciones puestas en marcha por las Naciones Unidas, como la Alianza Mundial de Inversionistas para el Desarrollo Sostenible y la Net-Zero Asset Owners Alliance hoy con $5,1 billones de dólares en bienes.