La acción contra las minas antipersonal es fundamental para consolidar la paz
Día Internacional de la Sensibilización contra las Minas Antipersonal 2024
María Cristina Rivera, UNICEF Colombia
En el Día Internacional de la Sensibilización contra las Minas Antipersonal, compartimos las historias de Josué y Maribel, dos adolescentes que sobrevivieron a un accidente por minas y que hoy son ejemplo de coraje y resiliencia, pero también una muestra de todo lo que nos falta por trabajar aún para garantizar que estos artefactos no sigan generando nuevas víctimas en Colombia: sin acción contra las minas es imposible consolidar la paz.
Tumaco, 4 de abril de 2024. Ninguna persona -tampoco un niño, niña o adolescente - debería tener que enfrentarse a ese dolor, a esa conmoción: la de sufrir heridas o perder una parte de su cuerpo por una explosión causada por una mina antipersonal. Ningún padre o madre debería tampoco ver a sus hijos pasar por eso.
Al hecho, traumático y violento en sí mismo, se le suman siempre otras afectaciones: desplazamientos, confinamientos, restricciones de movilidad, impedimento de acceso de la acción humanitaria, deserción escolar, pérdida de los medios de subsistencia. Sin contar que las secuelas y las consecuencias de los artefactos explosivos duran toda la vida, la mayoría de las minas generan amputaciones y las víctimas tienen que aprender a vivir con esa realidad: la de defenderse y reconocerse sin una parte de su cuerpo.
En el caso de la niñez, los impactos se amplifican: están en crecimiento, consolidando procesos motores, de desarrollo de su identidad y de su corporalidad. “Si sufren una amputación y tienen prótesis, hay que cambiarla cada seis meses, necesitan más revisiones, más apoyo psicosocial y acompañamiento de la familia. Esta dificultad aumenta cuando hablamos de niños y niñas en zonas rurales, donde ocurren todos los accidentes y donde el acceso a salud es más limitado”, asegura Sandra Salazar, oficial experta en minas de UNICEF.
Colombia es uno de los países más afectados del mundo por las minas antipersonal, con más de 100 víctimas al año, un 60% de estas civiles. Muchas minas se han acumulado en los años del conflicto armado, otras surgen cada día, con el aumento de las confrontaciones y en el desarrollo de nuevas hostilidades entre diversos actores armados. De acuerdo a la información recopilada por el Área de Responsabilidad de Acción Contra Minas en 2023, más de 520.000 personas, habitantes de 122 municipios de Colombia, estaban en riesgo de sufrir un accidente por artefactos explosivos o de ser confinadas o desplazadas por la presencia de estos artefactos (UNMAS, 2023).
Sembrar minas es una violación al derecho internacional humanitario, cuyas normas regulan los conflictos armados, y está prohibido por la Convención de Ottawa (Tratado sobre la prohibición de las minas) que fue ratificada por Colombia.
En el Día Internacional de Sensibilización contra las Minas Antipersonal que se conmemora este 4 de abril, compartimos las historias de Maribel y Josué, dos jóvenes de 16 años, beneficiarios de la acción de UNICEF y su socio la Corporación Paz y Democracia, que perdieron una de sus piernas en un accidente por minas, en zona rural de Tumaco, pacífico nariñense, el municipio más afectado por este problema en Colombia.
“De eso se trata, de seguir jugando”: Josué, 17 años
Era un 16 de diciembre de 2022. Seis días antes, el 10 de diciembre, Josué había cumplido 16 años. El cacao estaba listo para ser cosechado en Santo Domingo El Progreso, una vereda de Tumaco, Nariño, muy cerca de la frontera con Ecuador, donde su familia tenía cultivos y sobrevivía de la agricultura, del cangrejo y la recolección de conchas. Josué y su hermano decidieron entrar al cultivo, a unas cuadras de su casa, para cosechar, poder vender el cacao y así recoger para la subsistencia y, si alcanzaba, para las fiestas navideñas: “pa´ la comida y la ropa para estrenar”.
Lo que no se imaginaba Josué era que en ese día, en la plenitud de su adolescencia, iba a cambiar su vida: pisó con su pierna izquierda una mina antipersonal. Esa explosión postergó su sueño, el único que reconoce con pasión, el de ser futbolista profesional.
Recuerda que voló por el aire, que vio estrellitas, “sentí que estaba arriba y que bajaba”, y luego a su hermano haciendo el torniquete improvisado con una camiseta para estancarle la sangre, a su familia y comunidad evacuándolo, gracias a esa sabiduría de primeros auxilios aprendida en la escuela de una vida en medio del conflicto armado. Josué dice que en ese momento no sentía nada, ni dolor ni angustia: la adrenalina sedante del golpe, la anestesia de la guerra. Entonces empezó la travesía para llegar al hospital de Tumaco -a pie, en lancha, en carro-, para recibir – al menos cuatro horas después- atención en salud.
Estuvo consciente hasta que llegó al hospital. Tras una operación, supo que habían tenido que cortarle, casi desde la rodilla, su pierna izquierda, pero estaba vivo, ¡estaba vivo!, y eso era un milagro. A la consternación inicial por perder una parte de su cuerpo, por saber que no podría volver a hacer su vida como hasta ahora, que no podría volver a ser el mejor defensa central de su equipo de fútbol, el de la camiseta número 5; le siguió la aceptación, la lucha, la resignación y la valentía.
“La doctora me dijo que iba a volver a caminar con prótesis, eso me alegró, pero pensaba que no iba a volver a jugar fútbol”, cuenta Josué. Lo dice con tranquilidad e incluso con la sonrisa del que ya ha pasado la peor parte: cuando habla del fútbol, sí se le pone su voz más melancólica, pero le han dicho que con una nueva prótesis que le dará la EPS, quizá pueda retomar los entrenamientos.
“Al comienzo quería dejar de estudiar”
Como el accidente de Josué fue en diciembre, parte de su tiempo de recuperación fue durante las vacaciones de fin de año. A diferencia de otros casos, el accidente no implicó para él deserción escolar y solo perdió un mes de clases.
“Yo primero quería dejar de estudiar, me daba pena volver al colegio, pero los profesores me alentaban y mi papá y mi mamá me decían que siguiera estudiando. Sino estuviera acá estudiando, ¿qué estaría haciendo? Nada”.
El apoyo de su familia, de su papá, de su mamá, de su abuela, sus hermanos, sus primos, sus tíos ha sido fundamental para el proceso de recuperación de Josué: tener quién ayude, quién sirva de soporte, hace la diferencia en situaciones difíciles. “Mi familia siempre está ahí, me dice que siga adelante, que esto es un aprendizaje de la vida”.
En el caso de Josué, su familia ha sufrido múltiples afectaciones: su papá y su abuela paterna también son víctimas de minas y también sufrieron la amputación en una de sus piernas. Entre todos se apoyan, pero el dolor es profundo porque con los accidentes también llegó el desplazamiento: se las arreglan para sobrevivir en Tumaco, lejos de sus cultivos y con su movilidad reducida.
Josué cuenta que al comienzo le dieron muletas y que las aprendió a manejar en un día, con ellas iba al colegio y subía las escaleras hasta su salón de clases. Luego, obtuvo su primera prótesis, que también aprendió a manejar en dos días: “yo quería caminar rápido, por eso me adapté”. Josué tiene tan buena marcha, un caminado continuo, sin vacilaciones, que cuando tiene pantalón largo, no parece que tuviera una prótesis.
Lailis Quiñonez, coordinadora académica de su colegio, la Institución Educativa Iberia, ubicada en el casco urbano de Tumaco, cuenta que Josué es responsable, juicioso, que está saliendo adelante y que sus compañeros han sido muy solidarios con él. “Es un chico que no se da por vencido; que no desmaya, que está ahí”.
Es la primera vez que en el colegio tienen que recibir a un estudiante que sufrió un accidente por minas: no hay espacios especiales para niños o niñas con discapacidad, pero hoy las directivas son conscientes de que deben definir protocolos para ayudarles a estos alumnos a no quedarse atrás. “Necesitan, además, mucha motivación psicológica”, reconoce la rectora.
“Mi vida ha cambiado y no. Yo hago mi vida normal. Lo único es que no puedo jugar al fútbol. De resto, puedo andar y voy a donde quiero”. Josué cuenta que seguirá estudiando, ahora va en octavo, “y esperar a que me pongan la nueva prótesis para ver si puedo intentar jugar”.
Entre todo, sigue teniendo los sueños que tenemos todos en la adolescencia: salir con sus amigos, jugar, estudiar, tener un amor. Nadie debería pasar por lo que pasó Josué, los accidentes por minas deberían prevenirse para que ninguna familia viva con miedo ni ningún niño, niña o adolescente tenga que postergar sus sueños.
“A veces me pasan corrientazos, pero en general no me duele ni siento nada donde perdí mi pierna. Yo seguiré adelante, de eso se trata, de seguir jugando”.
“Sueño con ser abogada, para luchar contra las injusticias”: Maribel, 17 años
Ella sola se presenta muy bien. “Soy Maribel, tengo 17 años, vivo en Tumaco y soy una persona que se la pasa alegre, riendo. Le veo el lado bueno a la vida, porque yo digo que mientras haya vida uno sigue. Si uno respira, uno sigue. Tengo la autoestima muy alta. Acepto lo que me pasó, lo tomo con calma, porque a veces las cosas pasan por algo”.
Lo que le pasó a Maribel no debería pasarle a nadie por ninguna razón. A sus 16 años le vio de frente la cara a la guerra: enfrentamientos, explosiones, fuego cruzado. El miedo, una huida. Todo pasó entre el sábado 10 y el domingo 11 de diciembre de 2022. En su vereda del Alto Mira y Frontera, zona rural de Tumaco, ese fin de semana hubo enfrentamientos constantes entre grupos armados. Maribel recuerda que estaba viendo novelas con sus hermanas cuando tuvieron que salir corriendo para huir de las hostilidades: nunca les había tocado algo así.
“Agarramos los papeles. Y salimos. Ahí empezó la “tirotera”, quedamos entre las balas. Nos fuimos para el monte, a la finca donde estaban mi papá y mi mamá recogiendo la cosecha porque estaba lejos de los enfrentamientos. Atardeció y nos tocó amanecer allá porque los grupos seguían en la guerra. Ese sábado todos siguieron enfrentándose. Nunca nos imaginamos que estaban poniendo minas. Tiramos más para dentro, porque allá estaba calmado. Dormimos ahí. En la noche empezaron de nuevo los enfrentamientos, como tres horas. Ya luego se calmó y amaneció, quedó todo tranquilo, quietico, en paz”.
Por esa razón, el domingo decidieron salir y volver hacia el pueblo, donde estaba su casa. Recorrieron de regreso el mismo camino por el que habían pasado el día anterior, la vía principal. “Nunca nos imaginamos que por ese camino iba a haber minas porque ya habíamos pasado por ahí y no había pasado nada. Nos confiamos”.
Las comunidades en zonas rurales conocen algunos comportamientos para cuidarse de accidentes de minas, uno de esos es transitar siempre por caminos principales y conocidos. Maribel cuenta que su papá, Fredy, iba adelante, guiando a la familia, y ella atrás con sus otras cuatro hermanas. Fredy pasó sin problema, pero cuando Maribel pisó, sobre una hoja seca que no había pisado su papá, se sintió una fuerte explosión, tan aturdidora que pensaron que era un cilindro bomba.
“Quedé así como en el limbo. Todo se volvió neblina por el humo de la pólvora. Yo grito, mi papá me agarra. Luego no pude pararme, no pude apoyar mi pierna. Ahí me di cuenta de que la había pisado. Me amarraron una camiseta para controlar la hemorragia. Me cargaron y empezó de nuevo el enfrentamiento”.
Maribel recuerda que todo era como en las películas, nunca como en la vida real, pese a vivir en una zona de conflicto armado. Su papá la llevó hasta la casa en medio del enfrentamiento. Luego, con apoyo de familiares y vecinos, hicieron una camilla artesanal, con guadua y una hamaca, para transportarla. Después de varios retenes de los grupos armados y explicaciones lograron llegar, por fin, al hospital de Tumaco.
“Yo iba consciente todo el camino, no me dio sueño. Tampoco lloré cuando pasó el accidente: lloraban mis otras hermanas, pero yo no. Se me reventaron los dedos de la mano, tenía heridas en la otra pierna, y me pegué en los pulmones, pero yo no sentía nada de eso. Me entraron por urgencias. Me preguntaron mi nombre y ya no supe nada más. Me desperté a los cuatro días en Pasto”.
Despertar, recuperar los sueños e insistir en ellos
La conmoción llegó cuando pasó todo y se despertó en la cama de una ciudad distinta a la suya, en Pasto, capital de Nariño, donde estuvo hospitalizada por más de dos meses. UNICEF y su socio, la Corporación Paz y Democracia, apoyaron económicamente a su familia para que pudieran acceder a atención en salud y rehabilitación física, y también para que recibiera acompañamiento psicosocial.
Cuenta Maribel que ahí, lejos de todo y del ruido de la guerra, en la unidad de cuidados intensivos, sí lloró, pero también aceptó lo que le había pasado y tomó la decisión de seguir adelante. “Por tres días estuve llorando. Después me calmé y ya no lloré más”.
“Yo no me había graduado del colegio. Había estudiado en Ecuador que quedaba más cerquita. Ese día en la UCI decidí que iba a seguir estudiando, a agarrar pa´delante y a seguir una carrera. Ahí la idea que se me vino a la cabeza fue derecho”.
Cuando fue dada de alta, Maribel volvió a Tumaco, donde su familia vive y sobrevive ahora tras desplazarse. Se inscribió en un colegio local, en un curso de aceleración educativa, y en un año terminó el bachillerato. Ahora espera poder pasar a la universidad y continuar con sus estudios superiores.
“Yo quiero ser abogada para luchar contra las injusticias. Pero si no logro estudiar una carrera, porque es difícil pasar a la universidad, quisiera también ayudarle a otras jóvenes como yo, que tienen accidentes por minas, a salir adelante”.
Maribel se asusta cuando oye un trueno, pero espanta el miedo con su risa. El sonido la devuelve a ese día de diciembre en que le vio la cara a la guerra, pero también se llena de orgullo cuando se mira al espejo, contempla su belleza, su fortaleza y sabe que mientras la vida siga, ella persistirá en seguir creciendo.