Un llamado a la acción mundial: Forjar la paz con la naturaleza
La Amazonía colombiana, un reino de vida vibrante, se tambalea al borde del abismo.
La deforestación y la explotación asolan este paraíso, un microcosmos de la crisis global de biodiversidad que amenaza nuestro planeta. No se trata sólo de una historia colombiana, sino de un reto mundial que exige medidas urgentes. El aire que respiramos, el agua que bebemos y la estabilidad de nuestro clima dependen de un mundo natural próspero.
Este año marca un momento crucial. Coinciden tres Conferencias de las Partes (COP): las de biodiversidad, cambio climático y desertificación. Al hacerlo, subrayan la interconexión de estos retos mundiales y la urgente necesidad de redefinir nuestra relación con la naturaleza.
La semana pasada, Colombia acogió la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad 2024, COP16, la primera reunión desde la adopción del Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal. Este marco histórico, acordado en la COP15 hace dos años, estableció objetivos ambiciosos para salvaguardar la biodiversidad, incluido el objetivo «30 para 30» de proteger el 30% de las zonas terrestres y oceánicas del planeta para 2030 y detener la extinción inducida por el hombre.
Colombia, como anfitrión de la COP16, defendió la «Paz con la Naturaleza», subrayando la urgente necesidad de traducir el Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal en acciones tangibles. La conferencia logró algunos éxitos notables, como el reconocimiento histórico de los pueblos indígenas y las comunidades locales como guardianes clave de la biodiversidad, estableciendo un órgano subsidiario específico para garantizar su participación plena y efectiva en los esfuerzos de conservación. Asimismo, la creación de un fondo mundial para el reparto equitativo de los beneficios de la información sobre secuencias digitales es un gran primer paso para reconocer que quienes se benefician del conocimiento científico de nuestra biodiversidad deben pagar por conservarla.
Sin embargo, sigue habiendo retos críticos. Un punto clave de discordia a lo largo de las negociaciones fue el importante déficit de financiación y, en última instancia, aunque la COP16 inició importantes debates sobre financiación, el desarrollo de un modelo concreto sigue siendo una tarea crítica para futuras negociaciones. Además, persisten las dudas sobre si las voces de los pueblos indígenas, los afrodescendientes, las comunidades locales, las mujeres y los jóvenes se incluirán realmente en los procesos de toma de decisiones, a pesar de que la conferencia reconoció su papel crucial en la conservación de la biodiversidad. La falta de un mecanismo de seguimiento sólido también plantea dudas sobre la rendición de cuentas y la capacidad de realizar un seguimiento eficaz de los avances hacia los objetivos del marco.
La reunión pretendía ser una «COP de la gente», reconociendo que para resolver la crisis de la biodiversidad se requiere la representación y la participación activa de todos. Para fomentarlo, la COP16 contó con una «Zona Verde», diseñada para promover la participación de cualquier persona interesada en hacer oír su voz. Esta zona, abierta al público, pretendía facilitar las conversaciones, inspirar acciones concretas para la conservación de la biodiversidad y reforzar la participación ciudadana en los debates medioambientales clave.
Los pueblos indígenas, custodios de la biodiversidad durante milenios, poseen conocimientos y soluciones de incalculable valor. Sin embargo, durante demasiado tiempo, sus voces han sido marginadas y sus conocimientos infravalorados. La COP16 proporcionó una plataforma para que los líderes indígenas defendieran sus derechos y recordaran al mundo que la conservación requiere que nos adentremos en el corazón de las comunidades más afectadas por la pérdida de biodiversidad.
Las comunidades locales, que son testigos de las devastadoras consecuencias de la pérdida de biodiversidad -reducción de los ríos, disminución de las poblaciones de peces, desaparición de los bosques- poseen un conocimiento íntimo de la tierra, vital para desarrollar estrategias de conservación eficaces. En todo el mundo, las mujeres suelen ser las principales guardianas de su entorno, ya que poseen una gran riqueza de conocimientos tradicionales y una profunda comprensión de las prácticas sostenibles. Su representación igualitaria y su liderazgo son esenciales, no sólo para la equidad, sino para lograr soluciones verdaderamente sostenibles. Los jóvenes son la generación que heredará las consecuencias de nuestras acciones, y necesitan dar forma a la agenda del mañana. Las personas con discapacidad, que a menudo se pasan por alto en los debates medioambientales, aportan experiencias vividas que pueden enriquecer nuestra comprensión de los retos de la conservación.
La COP16 puso estas voces sobre la mesa, pero la verdadera prueba está en cómo se integran en la aplicación del Marco Mundial para la Biodiversidad de Kunming-Montreal. Aquí es donde el sistema de las Naciones Unidas, con su alcance mundial y su variada experiencia, tiene un papel crucial que desempeñar.
Como Coordinadora Residente, mi función consiste en tender puentes entre los compromisos mundiales y la acción local. Se trata de fomentar la colaboración, garantizando que las voces de aquellos a quienes a menudo se pasa por alto no solo se escuchen, sino que contribuyan activamente a la aplicación de las Estrategias y Planes de Acción Nacionales sobre Biodiversidad (EPANB). La ONU lleva mucho tiempo colaborando en el proceso de paz de Colombia, reconociendo el innegable vínculo entre el conflicto y la pérdida de biodiversidad. El desplazamiento interno, la migración forzada, los cultivos ilícitos y la deforestación se cobran un alto precio en nuestro mundo natural. Pero ésta es también una oportunidad histórica. Si integramos las consideraciones medioambientales en todas las fases de la consolidación de la paz, podremos garantizar que el desarrollo sostenible y la conservación se refuercen mutuamente en las zonas afectadas por el conflicto. Para ello es necesario convocar a las diversas partes interesadas, desde los ministerios gubernamentales y los líderes indígenas hasta las comunidades locales, las ONG y el sector privado, para crear procesos verdaderamente integradores y participativos. Requiere coordinación entre sectores, romper silos y fomentar un enfoque sistémico que integre la conservación de la biodiversidad con la acción climática, la gestión sostenible de la tierra, el desarrollo y la inclusión social. La vasta red de las Naciones Unidas puede aprovecharse para movilizar recursos y conocimientos, canalizando el apoyo financiero y técnico para capacitar a las comunidades para que dirijan sus propios esfuerzos de conservación. También podemos ayudar a que los gobiernos y el sector privado rindan cuentas, monitoreando el progreso y asegurando que los compromisos se traduzcan en mejoras tangibles en la vida de las personas y la salud del planeta.
La COP16 ha concluido, pero el viaje hacia la paz con la naturaleza apenas comienza. El Marco Mundial para la Biodiversidad de Kunming-Montreal proporciona la hoja de ruta, pero es en el espíritu colectivo de acción donde encontraremos nuestro camino. La Amazonía colombiana, con toda su belleza y fragilidad, nos recuerda que no se trata simplemente de alcanzar objetivos, sino de la responsabilidad compartida de transformar nuestra relación con el mundo natural, reconociendo que su salud está intrínsecamente ligada a la nuestra. Juntos podemos crear un futuro en el que estemos en paz con la naturaleza.
Mireia Villar Forner es Coordinadora Residente de las Naciones Unidas en Colombia.